Este fin de semana asistí a Tarraco Viva, un festival que ha tenido lugar en los últimos doce días en la preciosa ciudad de Tarragona, declarada patrimonio de la Humanidad. Era difícil elegir entre más de doscientas actividades programadas, pero puesto que ahora le estamos viendo la piel a un lobo llamado Bankia, entidad de la que el gobierno nos ha hecho a todos accionistas pagando, por el momento, seiscientos euros por español, y recibiendo menos explicaciones que cuando el timo de las preferentes, asistir a los desfiles de las legiones, la Pompa Triumphalis, sin duda fue una buena elección
Ahí estaba el ancestrus de Rajoy, el único español que opina que el rescate de Bankia no generará déficit y que la economía va bien. Vestido a propósito para la ocasión y echándole la culpa de todo a los griegos. Con esos argumentos se niega a pedir responsabilidades a los amigos y familiares del partido que tenía en el consejo de administración.
Pero volvamos a Tarraco Viva. Además de museos abiertos, restaurantes con menús milenarios, recreaciones históricas (la vida de una prostituta, un comerciante de vinos y un profesor de gramática arrasaron) la divulgación del legado de la capital romana de la Hispania Citerior deparó un espectáculo largamente esperado: los gladiadores. De día y de noche tuvieron lugar apasionantes peleas entre atletas en las que más de uno recibió de lo lindo.
Mi vida a tres patas continúa adelante, aunque sea fotografiando con una cámara de bolsillo (una Lumix GF1) y una muleta, como certifica la imagen en blanco y negro, gentileza de Francesc Fábregas. Coincidí en Tarraco Viva con fotógrafos como Manel Granell, Rafael López Monné, María Rosa Vila, Rafa Pérez y Siqui Sánchez. Y es que el mundo, cuando era dos mil años más joven, también era un pañuelo. «Suus parva mundi» que decían entonces. O que Dios nos coja confesados, que es más propio de la que está cayendo.
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