Después de trece ediciones en diferentes países europeos la exposición Olympus Perspective Playground ha llegado a Barcelona, emplazada en el antiguo convento del Hospital de Sant Pau. Una docena de instalaciones interactivas y varios centenares de cámaras a la disposición de los visitantes permiten practicar la fotografía en escenarios que dan mucho juego. El mismo emplazamiento adquiere tonos fantasmales con la niebla azulada que surge de los sótanos del recinto modernista. Con la Mark-II fotografiar a 1/30 de segundo a 1000 ISO es un juego de niños. El contraste cromático con el amarillo de los ventanales refuerza la atmósfera. Dos colores complementarios entre sí, muy efectivos.
Una alfombra azul me conduce a las instalaciones. Enseguida el “Resonant Space” de Doering y Lauber me cautiva. Los movimientos de los visitantes transforman los juegos geométricos que se proyectan en tres paredes, además del techo y el suelo, con la ayuda de un sofisticado montaje informático. Los efectos de luz se acoplan a las siluetas de una pareja que inicia un baile espontáneo en este entorno futurista.
Más tarde experimento con “Contact Lens”, un hito para alguien que vive de imaginar el mundo desde las lentes de su cámara. Esta instalación no está en ningún recinto cerrado y la rodeo como si fuera un collar gigantesco suspendido en el techo. Después de perder tiempo adrede, dando vueltas y más vueltas alrededor de la obra de Haruka Kojin y pendiente de las interacciones del público, reparo cómo los círculos acrílicos alteran los rostros de los espectadores. Solo hace falta esperar el personaje adecuado que cuando detecta mi presencia con la Mark-II cerca del ojo me obsequia con un lengüetazo y me da la foto que deseaba.
El verbo dar, en este caso, está bien empleado. Una fotografía no la “tomas”. En realidad, cuando se trata de seres humanos, te la “dan”, te la regalan. Si el modelo es consciente de que le apunta un objetivo, se puede negar que “tomen” su foto (es decir, que se lleven su imagen) o permitir que el fotógrafo haga su trabajo aprovechando sus rasgos físicos. Es la química del retrato. Mientras reflexiono sobre esta eventualidad me viene a la cabeza el retrato que Yousuf Karsh le tomó a Winston Churchill. Como el Primer Ministro posaba sonriendo en todo momento, el fotógrafo le arrancó el puro de la boca y sin mediar palabra apretó el disparador. Churchill, que no daba crédito a lo que había pasado, se quedó muy serio, fuera de juego, pero cuando vio los resultados reconoció que era uno de los mejores retratos que le habían tomado jamás. En general la interacción con el fotógrafo es fundamental. Una mirada, una sonrisa, ayuda. Por esa razón muchas veces espero con paciencia que alguien me sorprenda con una reacción imprevista y si lo cazo le doy las gracias. Hasta ahora nadie me ha propinado un puñetazo.
En otro rincón Martin Butler propone una habitación que juega con las ilusiones ópticas y la realidad. Los altos se transforman en enanos y los bajitos crecen en un entorno con una perspectiva aparentemente bien equilibrada. Los hijos, por decirlo de alguna manera, superan el tamaño de sus padres. Varios agujeros permiten tomar fotografías al público asistente.
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