El zoco de Doha es en realidad una réplica del mercado beduino derribado hace años y reconstruido con un aspecto antiguo, si bien el paso del tiempo y la vida bulliciosa le han aportado credibilidad y un encanto que disfrutan los residentes en Catar. Se puede encontrar, como en todo mercado que se precie, especias, perfumes, alimentos, mascotas, existe un área muy interesante dedicada a la compraventa de halcones y sobretodo se fuma en shisha.
Por la noche los cataríes pasean y se sientan en las terrazas de los restaurantes caros a pocos metros de los “hamalie”, los ancianos que viven de las propinas a cambio de transportar las compras en carretilla. Opto por fotografiar el zoco con la luz de la noche para que las dominantes realcen los colores cálidos del Souq Waqik. Con la E-M1 no supone ninguna dificultad, aparte de que siempre gradúo el balance de blancos en “Luz de día” y en contadas ocasiones en automático.
Observando y haciendo un esfuerzo para olvidar que llevo una cámara, observo una cierta tristeza en el rostro de los porteadores, que serían los parias del zoco si no fuera por los barrenderos. Desde el principio descarto una fotografía arrastrando una carreta como animales de tiro. Prefiero una aproximación más psicológica que refleje su edad, su trabajo y sus rasgos, sin humillarles como si fueran un trofeo. Por eso me centro en dos hombres con una expresión entre servil y expectativa. Más tarde doy con un hamalie agotado, entre carretas. La imagen expresa los resultados del esfuerzo… pero todavía falta otro rasgo que percibo en estas personas, su dignidad.
Con esta idea en la cabeza deambulo por el Souq Waqik. Si sabes lo que buscas, lo reconoces. De repente me encuentro con un porteador que acarrea a una niña en la carreta junto con las compras familiares. Ambos están absortos a la espera de nuevas mercancías pero esta expresión aporta decoro al hamalie. Acerco la cámara al ojo, se apercibe y me observa. Le fotografío con el obturador electrónico que no hace ruido y preguntándole una dirección compruebo que no está molesto conmigo. El hombre me orienta con naturalidad y marcho con el objetivo conseguido. No es una imagen de lectura fácil, demasiada luz a la derecha y poco detalle en el lado opuesto, pero no pretendo fotografiar un mundo perfecto porque la vida no lo es.
En el mercado de Ballaro en Sicilia os recomendaba localizar comercios que se aparten de lo convencional. Si fotografías todo lo que se mueve, con frecuencia estos lugares pasan desapercibidos. Bien al contrario lo mejor es tomar pocas imágenes a la espera de lo asombroso. ¿Qué tal un león junto a una vitrina?
Ver tanto animal disecado es una experiencia triste para mí. Con toda probabilidad han entrado en el país obviando leyes internacionales que prohíben ese tipo de tráfico. Intento charlar con el propietario pero solo habla árabe o al menos eso es lo que me dice. Su escritorio se me antoja el museo de los horrores. Ahora sí que estoy en las “Mil y una noches”.
Para rebajar la tristeza del hallazgo vuelvo una vez más al zoco de los halcones que por lo menos están vivos. He pasado por ahí cuatro veces pero las tiendas están siempre vacías, con unos pocos animales expuestos y nada más. Mi preferido vale cinco mil euros. El vendedor me anima a sostenerlo con el brazo. Es una sensación extraña que te opriman unas garras letales.
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