Éramos tres, como los mosqueteros, como el trío Calaveras, como la Santísima Trinidad, aunque de santos tuviéramos más bien poco. Cuando visitaba Madrid nos encontrábamos Álvaro Leiva, César Lucas Abreu y yo. Nos admirábamos porque apreciábamos lo mucho que había que aprender de los demás. Álvaro y César trabajaban para las revistas más prestigiosas del mundo. Nuestras charlas eran intensas, pasionales, y hablábamos de fotografía con un montón de cervezas ocasionales, que se empeñaba en pagar siempre el hijo del conocido fotógrafo César Lucas, del que sin duda heredó la vocación y el talento. “Te has de pasar al digital” – insistían los dos, cuando yo defendía que una buena diapositiva proporcionaba más calidad que los incipientes archivos numéricos de principios de siglo. Me lo decían porque me querían y deseaban lo mejor.
Era imposible no amar a esa pareja de fotógrafos, reporteros expertos y sibaritas de la vida. La disfrutaron a cada minuto, ansiosos de captar con su aguda mirada la verdad intangible que se amaga detrás de cualquier ser humano. César Lucas Abreu era un gran retratista, reputado fotógrafo de viajes y especialista en fotografiar vehículos de alta gama. Álvaro era más de proyectos a largo plazo. Los dos eran muy inteligentes. Uno nos dejó de improviso, pero César ha luchado días y días como un jabato.
Hablé con él cuando su inseparable compañera Eva Cruz me avisó que estaba en el hospital. Pactamos estar en contacto todos los días, pero percibí su debilidad y le dije que primero le enviaría un aviso para no despertarlo o para no pillarle en un momento difícil. Hablamos de medicación, del futuro, de lo fantástico que era su archivo todavía por explotar y me dijo que le hacía ilusión charlar conmigo.
En mi último correo escribí “Maestro ¿cómo vas? ¿Mejor?”, previo a la llamada pactada, y al cabo de un rato observé que respondía. Ya sabéis cómo va el WhatsApp: “César Lucas Abreu (escribiendo)…” pero jamás llegó a apretar la tecla para devolver la que habría sido su última respuesta. El chat se quedó mudo, en blanco. Al principio pensé que contestaría más tarde, pero cuando vi que no lo hacía supe que algo iba mal y que las circunstancias exigirían lo mejor de él.
Era todo un campeón, un fotógrafo de gran talento que si no fue más conocido, fue por su proverbial alergia a los homenajes. Nuestra charla de mosqueteros para él era suficiente, aparte de sus pinitos con la música y su incondicional amor por una Evita que lo cuidó hasta el último momento. Fotografía, amigos y rock and roll. Uno de los últimos regalos que me hizo fue un disco del grupo Yenga, en el que tocaba la guitarra. Se llamaba “Nunca es demasiado tarde para hacer lo que quieras”.
Y a fe que se lo tomó al pie de la letra. Vivió la vida con intensidad, viajó mucho, vio muchas cosas, amó con pasión y nos ha dejado huérfanos a muchos admiradores de su trabajo y a dos hijos de 17 y 15 años cuya madre murió también de cáncer en septiembre. Ahora solo quedo yo para pagar la ronda, pero confío que en algún momento podremos disfrutar de la obra inédita de mis admirados compañeros. César vuela hacia la eternidad, en su último gran viaje, y se encontrará con Álvaro y se irán juntos a tomar fotos. Me esperarán en alguna nube y cuando nos encontremos nos obsequiaremos con un gran abrazo, fieles al ritual establecido, y volveremos a charlar de nuestras cosas.
Puedes disfrutar de sus imágenes en la web: https://www.cesarlucasabreu.com
Pedrido Fotografía - José Alberto Pedrido says
Sólo decir que no murieron solamente se volvieron invisibles pero siempre que saques una fotografía o dispares estarán ahí susurrándole al oído.
Un fuerte abrazo
tinosoriano says
¡Muchas gracias! Bonita percepción…
FOTOGRAFÍAS DE PAREJA says
Después de leer varios de tus entradas tengo que decirte que tu blog es estupendo y tus fotografías maravillosas! Felicidades tino, un saludo!