En una ocasión, cuando iniciaba mi carrera como fotógrafo, leí con interés una entrevista a Mary Ellen Mark, una autora que con el tiempo se ha consolidado como mi referencia femenina más sólida. La neoyorkina, con la que tenía comprometido un taller a medias en México, por desgracia falleció pocas semanas antes y solo pude fotografiar el altar que se le dedicó en Oaxaca [1] durante la Semana de Muertos. Afirmaba que cuando recibía un encargo de cierta envergadura pasaba la noche sin dormir, insegura de su capacidad para resolverlo a la altura que se exigía a sí misma.
[1] El altar está dedicado a tres grandes fotógrafos que fallecieron en 2015, Mary Ellen Mark, Charles Harbutt y Rubén Espinosa, este último asesinado por sicarios (tal como cuento en mi libro «Ayúdame a mirar. La biblia del reportaje gráfico» – Anaya Multimedia
Con la ignorancia propia de mi condición de recién llegado al mundo profesional, lo que a menudo te proporciona una falsa sensación de seguridad, no podía dar crédito a estas palabras. ¿Una leyenda con tal reconocimiento mundial… nerviosa ante la perspectiva de enfrentarse a un reportaje? ¿Era una broma?. Agradezco a Mary Ellen Mark que compartiera sus temores con principiantes como yo porque este año, coincidiendo con mis bodas de plata como profesional, Olympus me ha obsequiado con una propuesta que probablemente es el sueño de cualquier fotógrafo: CIRCUM, la Vuelta al Mundo, equipado con su nueva cámara E-M1 Mark II. Y he de confesar que no una noche, sino quizás semanas, me he cuestionado si estaré a la altura de las expectativas. Aunque suene a tópico, en la medida que adquieres experiencia, mayor es la percepción de tus limitaciones.
La tensión es un factor importante en los planteamientos de un reportero. No estoy hablando de estrés, sino de presión edificante, un proceso más o menos parecido al colesterol bueno y malo. Ayuda a mantener los sentidos alerta para que no se esfume esa fracción de segundo que diferencia una buena fotografía de un registro vulgar, sin más historia que una buena ubicación pero sin un ojo atento. En este sentido la fotografía exige concentración y vida saludable en la medida de lo posible, para que un exceso de alcohol, pocas horas de sueño o una digestión pesada no aletarguen los reflejos y aprietes el obturador cuando lo relevante ya es historia.
Y también entrenamiento. Ensayo con la Mark-II retratos familiares en interiores y sin apenas luz. Mis sobrinos más pequeños colaboran a su manera, pero Mateu apenas se entera porque acaba de nacer. Su padre está más por la labor. Annais y María posan con más complicidad.
Durante las próximas semanas reflexionaremos sobre el acto fotográfico en la medida que tomo mini-reportajes en mi inminente periplo por el mundo. Ahora, a punto de iniciar la circunvalación del planeta, con una cámara en la riñonera y un par de lentes en los bolsillos, mi preocupación es consolidar unas reglas del juego. La importante es que para tomar fotografías interesantes has de divertirte, plantear tu labor como una diversión y disfrutar con lo que haces, no importa si eres profesional o aficionado. Las reglas que tú mismo te impones te orientan sobre la dirección que debe tomar el flujo de tu trabajo, pero estos conceptos no surgen de corrido. Como el agua, fluyen. Poseen una cadencia propia y arriban al plano consciente cuando les viene bien. Me lo inculcó mi maestra y amiga Cristina García Rodero, otra gran mujer.
La tercera pauta (había determinado fotografiar enclaves significativos y trabajar en condiciones escasas de luz) aparece de improviso.
“Poco a poco” -susurra una voz desde mis entrañas. “Tómate las cosas con calma, compañero” –se burla la máscara portuguesa que cuelga en una puerta de mi estudio. Ella sabe que soy un tipo movido. El viaje será largo, conviene dosificar fuerzas y paladear el trayecto. Lo importante no es la meta, sino el camino. Y, por descontado, divertirse garantiza óptimos resultados.
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