Existen dos grandes olvidados en la fotografía de viajes. Lo que comemos y donde dormimos[1]. En estas crónicas hablaremos también de ello y es que cuando puedo elegir un hotel, y este ha sido el caso en el proyecto CIRCUM con Olympus, me decanto por los que poseen buena ubicación y destilan encanto. Soy un viajero experto y valoro lo que vale un buen alojamiento.
Para elegirlo mi equipo y yo tenemos en cuenta las opiniones de otros huéspedes en las redes, que disponga de aparcamiento, si me muevo en coche como ahora, que los colchones sean confortables, que la habitación esté bien iluminada, que disponga de internet gratuito[, que el almuerzo –que pocas veces lo disfruto porque salgo a fotografiar antes que abran el bufé- sea de calidad, que la ducha tenga presión, que sea tranquilo y, no menos importante, la amabilidad del servicio y la decoración del establecimiento.
[1] Aquí no tengo en cuenta las imágenes que se toman con el móvil para compartir en las redes sin demasiada intencionalidad, más allá de mostrar su aspecto y dar un poco de envidia a los receptores.
A menudo las mejores reseñas prácticas o las orientaciones más importantes las he conseguido en los hoteles. Por mi trabajo he frecuentado establecimientos de todas las categorías y puedo asegurar que, salvo excepciones, los pequeños me han resuelto más contratiempos que no el personal uniformado que te recibe en un mostrador gigante con una sonrisa bien entrenada, pero que se apartan pocas veces del guión.
El pronóstico desfavorable del tiempo se cumple y diluvia a cántaros todo el día o, si usamos la expresión inglesa, “llueven perros y gatos”. El sol ha brillado el par de minutos que he aprovechado para fotografiar las coloristas viviendas del Barrio Malayo, pero ahora ya no transita nadie por la calle, salvo contados peatones que visten de oscuro a juego con su paraguas negro.
Poca vida exterior que fotografiar. Mis notas por fin están al día. Me podría quedar en la habitación leyendo un libro, entretenido con las redes o visitar cualquier interior donde no me empape, pero no me apetece desplazarme (mañana me esperan dieciocho horas de vuelo hasta Bangkok) y la ventaja de los hoteles con encanto es que te permiten practicar fantásticos ejercicios de composición porque están decorados con buen gusto.
Sudáfrica, entre otras ventajas, posee hospedajes maravillosos. Hace quince años, trabajando en la guía de este país para la revista VIAJAR, con textos de Mariano López, dormí en habitaciones que por aquel entonces superaban los 300 euros la noche. En la Ciudad del Cabo mi hotel favorito es el Cape Heritage. Aparte de que cumple con todos los requisitos y es céntrico, colabora con Zip, Zap Circus y esa es una razón de peso para hospedarse, si el presupuesto lo permite, aunque sea una sola noche.
Por otra parte practicar la fotografía de interiores es un buen ejercicio para mejorar la composición y el dominio del color. Hay detalles que parecen poco importantes pero que cobran relevancia cuando contemplas la fotografía final como, por ejemplo, que las bombillas de la mesita de noche estén encendidas.
En general obtengo mejores resultados calibrando el balance de blancos en luz de día. Un fuego ardiendo, un salón al anochecer, adquieren más atmósfera cuando la dominante es cálida. Los adornos, las combinaciones de colores, las texturas… exploro el hotel con la E-M1 Mark II para hacer ejercicio. Un fotógrafo debería practicar todos los días. “La rapidez de la mirada, la precisión del encuadre exige un ejercicio cotidiano. El ojo se pierde de la misma manera que se pierde la mano” –afirmaba el maestroMarc Ribaud. Y, naturalmente, le hago caso.
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