Vivir con una cámara de fotografiar en la mano viajando como un Marco Polo cualquiera requiere sacrificio, disciplina y sobretodo esfuerzo, pero hoy os hablaré de otra eventualidad: el fracaso. Este no es un oficio para egos. Conozco a algunos de los mejores reporteros del mundo y coinciden por unanimidad en que las frustraciones superan por goleada a los éxitos.
Lo que desconocen sus admiradores son las emotivas despedidas de la familia, los reiterativos controles de los aeropuertos, las horas baldías de espera, las semanas de trabajo para preparar, por ejemplo, un viaje como éste y las jornadas de doce horas, que a menudo son quince, para conseguir una buena foto. Virtuosismo técnico aparte.
Hoy tenía prevista una inmersión para fotografiar a un tiburón blanco. Todo estaba dispuesto y los muchachos de White Shark Diving me citaron a las 8,30 de la mañana en su base de Gansbaai. Tres horas conduciendo desde Ciudad del Cabo para llegar a tiempo. Lo bueno de levantarte temprano es que ningún vehículo te aprieta y es más fácil orientarse sin prisas.
En las oficinas charlo con Mary, una bióloga marina que me acompañará en la travesía junto con su colega Inka y el resto de la tripulación.
-“En realidad -comentan- los tiburones blancos son unos animales excepcionales, máquinas biológicas que rozan la perfección y unos predadores excepcionales que poseen 3.000 dientes; pero la mala fama que han adquirido en ficciones como “Tiburón”, junto a la voracidad de la gastronomía oriental como las sopas de aleta de tiburón, los están extinguiendo. Son unos animales muy vulnerables y una hembra pare por lo general un par de crías en toda su vida”.
-“¿Pero atacan al hombre? –pregunto.
-“Si acometen a los surfistas es porque, desde abajo, la forma de la tabla les hace creer que son una foca. Muerden y luego lo dejan cuando confirman su error. Solo un 30% de sus víctimas muere, la mayoría por pérdida de sangre, hasta que llegan las asistencias”.
Mary e Inka investigan al tiburón blanco y a otros escualos para determinar su probable riesgo de extinción. Me explican que White Shark Diving apoya su trabajo y les proporciona los medios para seguir adelante, una actitud anglosajona donde se apuesta por la investigación y por el talento con la convicción de que más adelante esa inversión repercutirá, no solo en los mecenas, sino también en la sociedad.
Navegamos mar adentro. Todo está preparado y los marineros juguetean con las gaviotas y les dan de comer con la mano mientras el barco avanza a toda velocidad. La jaula y los trajes de neopreno están listos para sumergirnos tan pronto como el tiburón huela el cebo.
Inka explica al grupo que no solo su olfato es increíble sino que además poseen el record absoluto registrado de movilidad. “En una ocasión una hembra recorrió 20.000 Km desde Dyer Island en Sudáfrica hasta el oeste de Australia y regresó, todo en nueve meses”.
Pero aparte de las gaviotas aquí no vendrá nadie más. Tras casi tres horas de espera y con todo el cebo consumido por los pequeños peces, Mary anuncia la mala noticia:
-“Lo siento, chicos. Un par de orcas, que son los predadores naturales de los tiburones blancos, se han establecido en la bahía y los han ahuyentado. Hasta que no cambie el viento o venga una tempestad será difícil que se marchen. Tenemos que volver a puerto, el vale tiene una vigencia de dos años”.
Imposible intentarlo de nuevo. El mal tiempo que se avecina y las circunstancias lo impiden y además pasado mañana vuelo a Tailandia. Mi gozo en un pozo, estos son los gajes del oficio. Fotografiando la naturaleza no puedes marcarte términos. Le pido a White Shark Diving que me preste una foto, como la que habría tomado con la Olympus Tough que llevaba para la ocasión, para incluirla en esta entrada.
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