Con frecuencia detectas este comportamiento en los aficionados inexpertos. Sea porque no conocen su cámara o, en los peores casos, porque consideran justificado fotografiar cualquier situación, por muy íntima que sea, convencidos que disponen de una bula especial por que pagaron un dinero por hacer el viaje. Puesto que hay tantos dispositivos capaces de registrar los acontecimientos, quizás debería instaurarse la asignatura de “Ética fotográfica” en las aulas. Aunque en una sociedad como la española, que todavía no ha entendido la importancia de aprender inglés, veo el tema remoto. ¿Para cuando películas en versión original en las televisiones públicas, como en la mayoría de los países incluídos Grecia y Portugal?
Lo que me sucedió en Wat Intharawihan, en el tranquilo barrio de Thewet de Bangkok, invita a una reflexión sobre el comportamiento de algunos profesionales. En este templo prácticamente no hay turistas. Es uno de los más bonitos de la ciudad, coronado por un Buda de unos cuarenta metros de alto, a salvo de las hordas de visitantes que suelen tomar, cámara en mano, los principales monumentos de la capital tailandesa.
Se me ocurrió que aquella celebración familiar era un motivo fotográfico interesante porque aportaba una historia detrás. Como un Mortadelo cualquiera me puse mi disfraz de anzuelo, acepté la invitación de una botella de agua y algo de fruta e inicié una conversación con los padres (ella hablaba un inglés más que aceptable) que me explicaron lo que os cuento y algunos detalles más. Al muchacho se le veía un tanto turbado. Supongo que deseaba integrarse lo más pronto posible en la discreta vida religiosa y le sobraba esa fiesta, que se prolongaría hasta el mediodía, y quizás las visitas de los alegados a la familia que acudían a desearle buena suerte en su nueva condición. Me acordé de la celebración inicial con la que empieza la película “El Graduado”. Estaba claro que el novicio, como el Benjamin interpretado por Dustin Hoffman, también era muy tímido.
De repente, mientras departía tranquilamente con la familia, apareció un fotógrafo dotado de uno de esos equipos estratosféricos que apoquinan y con la seguridad que proporciona la experiencia. Sin ni siquiera mirarme, o disculparse por interrumpir la conversación, se dirigió a la mujer y le comentó que había tomado algunas imágenes de su hijo. Se las mostró en el respaldo de su super-réflex y le pidió permiso para tomarle alguna foto más. La madre, muy amable, le dijo que no había inconveniente, convencida que se trataba de un nuevo retrato. Y entonces empezó el show.
El fotógrafo compró un par de cirios, se los plantificó en las manos y ordenó al muchacho que hiciera como que entregaba las ofrendas y se postrara ante los diferentes altares. El chico no gozó contrariar a sus padres y accedió, pero se notaba que quería fundirse. No solo le iba grande la fiesta sino que, encima, aquel desconocido, le iba ordenando qué tenía que hacer, dónde tenía que situarse simulando que rezaba y lo movía de un lado a otro del altar -a la vista de los monjes que pronto serían sus consejeros- como un monigote.
Sin duda debía ser un profesional avezado porque, estéticamente, tenía muy claro lo que quería. Pero desde el punto de vista de las relaciones humanas y del respeto a los demás le faltaba mucho que aprender. Al cabo de diez interminables minutos de sesión liberó a su presa, pronunció un inaudible agradecimiento, se giró de espaldas y desapareció. Con unas fotos excelentes, aunque falsas como un duro sevillano.
Aprovechando que mi mujer y mi hija habían venido a visitarme en Bangkok, cuando el joven con los hábitos regresó tomé una foto de grupo, seguimos hablando de varias cosas y, justo al marchar (ya había desestimado mi idea de fotografiar la celebración) reparé que el muchacho se había apartado del grupo y rezaba tranquilamente a los pies del Buda gigante. Quizás pidiéndole disculpas por haber hecho el paripé de esa manera, para contentar a un desconocido que encima ganará una pasta gansa -y quizás algún premio- con esas fotos. Discretamente capté su silueta, dí de nuevo las gracias a la familia por tanta amabilidad y marché con la promesa de enviarles por correo la foto del grupo y, quizás, la de Peet –así se llama el chico- ensimismado en sus oraciones.
Si señor, la ética fotográfica debería enseñarse como una faceta más de la fotografía. Pero no es de extrañar que esté ausente en muchos indivíduos, demasiados, en una sociedad donde prima la competitividad por encima de todo…..
Saludos y gracias por compartir.
Una aclaración Tino, este tipo no es carroñero, es depredador.
http://fotosiqui.wordpress.com/2010/04/04/el-punetero-instante-decisivo/
O sea, el instante decisivo lo decido yo, por eso es decisivo.
La invasión alienígena continúa, están en todas partes, y aqui nadie hace nada
Para los amantes de la fotografía y los viajes y cómo no de la obra del maestro Erwitt, es todo un placer seguir tu trabajo. Comparto tu sentido de la ética y de la responsabilidad del fotógrafo. Gracias por compartir tu viaje. Cuento los días para que llegue Fotonature… Un saludo.
Com algú va dr, això, el que fa el "depredador" que anomena Siqui, potser una manera de fotografiar, però no és una manera de viure.
Aquelles fotos no únicament són falses, és que tmpoc no li aporten res al fotògraf que es queda igual de buit com estava. No és el teu cas, que tota aquella experiència et va enriquir perquè comprengueres allò que fotografiares.
Tota una lliçò d'ètica.
Es tremendo Tino, me sonrojo de vergüenza ajena por lo que cuentas. Lo que perjudica la gente con esta actitud. Y la imagen pésima que queda de nuestra cultura, solo interesada en la imagen superficial…
¿Qué debe pensar el monje fotografiado con el movil? Menuda paciencia…
Hola Tino, Lección aprendida.. muy interesante tu nuevo relato, como los demás…¡¡¡ cuídate y saludos desde Menorca
Per desgracia la nostra professio un quans la estan convertin amb axo , una falta de etica i de respecte total per el que fotografien i per el que es la fotografia
Salut
Tino, lo has explicado a la perfección.Sobran más comentarios.
Cuánta razón.
Quizás hay dos tipos de fotógrafos, los que quieren comprender (ver) el mundo y los que quieren dominarlo.
Si no tratas de igual a quien tienes delante del objetivo, sino como un simple objeto o maniquí, no habrá comunicación. Y eso se nota en la imagen. Por mucho que quien dispara tenga ojo fotográfico.
Felicidades por tus reflexiones.
Te lo copio en el grupo del facebook para que lo lean todos.
Qué buena la visita de la familia, eso sí que anima.
Un abrazo.
Hola Tino, soy Nacho, de Sevilla. No sé si me recuerdas del curso de La Garriga de hace un par de veranos. Acabo de 'incorporarme' a tu blog después de mucho tiempo. Tus relatos son buenísimos, una delicia leerlos. Cuando vuelvas de dar vueltas por el mundo, a ver si te vienes por el Sur y nos ponemos al día! Un fuerta abrazo. Te seguiré la pista de cerca.
Como bien te dice Paco, sobran más comentarios… vergonzosa actuación de un señor que, como bien dices, algún premio ganará a costa de la falsedad del documento y del mal rato al que hizo pasar al chico…
Efectivamente la asignatura de etica fotografica deberia ser obligatoria.Por lo demas la actitud de ese "fotografo" es realmente de verguenza ajena.
muy interesante tu blog, un saludo
Hola Tino,
una vez mas gracias por tu lección. Al final puede que de una vez por todas, aprendamos a mirar para poder ver, discretamente, sin estridencias … las imágenes contarán mas y mejor.