Hong Kong además de una región administrativa especial de la República Popular China es el cuarto territorio soberano más poblado del mundo. Siete millones de personas viven en poco más de 1000 Km2, lo que se traduce en precios que pueden superar los 500.000 euros para un piso de 16 metros cuadrados. Los llamados apartamentos mosquito no ocupan más que una plaza de aparcamiento, pero por encima de las descomunales obras de ingeniería maximalista y minimalista Hong Kong posee el transporte público más eficiente que conozco, diseñado para mover mucha gente en poco espacio sin que se colapse la ciudad.
Taxi, transbordador, autobuses, furgonetas, metro, funicular, trenes y tranvías funcionan fluidos gracias entre otras cosas a una tarjeta de transporte denominada “Octopus” con la que se pagan también alimentos y otras mercancías. En las estaciones de metro la señalización es impecable, las salidas están indicadas con números y letras y en los paneles se incluyen fotografías que indican qué alojamientos, zonas geográficas o atracciones están más cerca. Utilizo casi todos los medios de transporte, lo que puede ser un tema para un pequeño ensayo fotográfico.
Con permiso de los autobuses de dos pisos, quizás el vehículo más especial es el transbordador que une la zona continental de Kowloon con la isla de Hong Kong. La propuesta es un refrescante paseo marítimo hacia los rascacielos y desde ahí parten ligeras embarcaciones que te conducen a islas de pescadores como Cheung Chau o a cualquier otro destino en un territorio donde no faltan lugares que visitar, incluido una Disneyland.
Los autobuses y los taxis de colores aportan grafismo al decadente paisaje de muchos puntos de la ciudad. Muchos llevan incorporadas fotos y anuncios grandes, para satisfacción de los fotógrafos, que en cada ocasión que se aproxima uno de estos vehículos disponen de una oportunidad para inmortalizar el efímero encuentro.
Como solo pasaré tres días en Hong Kong decido concentrarme en el metro y me autoimpongo una práctica fotográfica en unas instalaciones que aparentemente no están ocupadas por las fuerzas de seguridad, como sucede en muchos países, a pesar de que cerca de mil millones de pasajeros lo utilizan cada año y de que un perturbado ocasionó 17 heridos en febrero mientras intentaba suicidarse. No hace falta insistir que las estaciones están atiborradas de centros comerciales donde es posible adquirir desde delicias culinarias hasta alta costura si no te apetece ir a un sastre, que tanto abundan en Hong Kong.
En los pasadizos también es fácil encontrar rincones visuales más allá de los grandes paneles de anuncios. Balance de blancos ajustado en luz de día para enfatizar las dominantes a la búsqueda de imágenes, a veces con un marcado valor tanto cromático como romántico. Un fotógrafo que le dedicara algunas semanas a este tema haría un trabajo formidable.
Los anuncios están pensados para que aparezcan por las ventanas de los vagones de manera que tengan visibilidad dentro y fuera del convoy. Con mucha discreción, toda la que me permite la E-M1 Mark II, fotografío a los pasajeros y los rostros que aparecen a su lado sin que se aperciban. Me llevo la cámara al ojo muy rápido, durante una fracción de segundo, y la gente no da crédito a que ya está tomada la foto. Mantener la cámara suspendida junto a la cara más tiempo confirma la certeza de que encuadras para oprimir el disparador. Muchos se apartan, sin contar que a otros tantos no les hace ninguna gracia que les fotografíen sin permiso, pero la espontaneidad es básica en los resultados que estoy buscando.
Los pasajeros, quizás en proporción 9 a 1, por lo general consultan su teléfono durante todo el trayecto. La mayoría juega, mira vídeos o interacciona con las redes. Más o menos como en nuestra sociedad y, por lo que confirmo en esta vuelta al mundo, en todas partes. Intento plasmar esta circunstancia y localizo asientos en donde todos andan entretenidos con su móvil pero no es fácil. Los vagones a menudo van llenos y es difícil aislar la escena, aunque en un trayecto nocturno al final lo consigo.
Acostumbrado a fijarme en la gente percibo que a mi lado una mujer manipula tres teléfonos a la vez. No es nada nuevo, pero sí que su hijo juegue con un cubo de Kubrick…y que lo completa, lo deshace y lo vuelve a completar en apenas tres estaciones. Son las pequeñas historias del metro.
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