Documentar la capital de Italia tiene trampa. Está tan atiborrada de iconos y de tópicos que cuando contemplas, por ejemplo, el Coliseo, se te acumulan películas de romanos o las postales y las portadas de los calendarios que envuelven las tiendas de recuerdos de Roma, que no son pocas. Antes de fotografiar me documento, aunque sea sobre el terreno, sobre la historia que está detrás. Quinientas mil personas y más de un millón de animales salvajes perdieron la vida en las batallas del Coliseo. Por eso decido fotografiarlo rojo de sangre o, en su defecto, con los colores más cálidos posibles del atardecer. Me gusta tener una razón para hacer las cosas.
Por esta razón renuncio a la típica imagen nocturna y regreso al Coliseo en diferentes momentos a la búsqueda de la mejor toma posible. Una de las primeras enseñanzas que Dan Westergren, editor gráfico de National Geographic Traveler, compartió conmigo cuando empecé a colaborar con la revista, era que mis fotógrafos de referencia, localizado el lugar satisfactorio, volvían una y otra vez sobre sus pasos. Es mi estrategia para aproximarme a un monumento de esta índole. Los últimos estertores del día me proporcionan el color que busco, aunque a media tarde una monja apadrinando una legión de adolescentes también le aporta al Coliseo cierta dimensión humana. Ambas escenas están abordadas desde la misma perspectiva.
Luego decido jugar a las variaciones. Aprovechando que han decorado con azaleas las escaleras de la Plaza España me aproximo, sabiendo que el sol incidirá sobre la iglesia de Trinità dei Monti. Paseando por la Via Condotti, colonizada por las tiendas más caras de Roma, y valiéndome del aplanamiento que proporciona el tele de 45 mm, ensayo una primera aproximación visual, convencional pero efectiva. Luego a la altura de las famosas escaleras decido probar fortuna con las otras ópticas y compongo con el 17 mm un plano realzando las flores, en el momento que una mujer vestida de rojo se asomaba en un extremo. Pero al final me tienta utilizar el 12 mm para reunir los tres centros de interés: la iglesia, el adorno floral y las personas que durante todo el día reposan sobre sus 135 peldaños.
El Panteón romano quizás posee la cúpula más fascinante de la historia del arte. Ha sobrevivido 2.000 años y la distancia entre el suelo y el círculo de luz que la corona es la misma que su diámetro. Un visitante protegido con un sombrero sobre el que se refleja la luz cenital colabora sin proponérselo en el primer plano que le aporta profundidad a una fotografía arquitectónica. Lo he seguido a la espera del momento propicio.
La Plaza Navona no está en sus mejores momentos, en verano tiene mucha más animación; pero tras obtener la foto del Coliseo valoro homenajear a uno de mis fetiches: La “Dolce Vita”, la película de “Paparazzo”, el fotógrafo de las celebridades y, sobretodo, la del baño de Anita Egber con Marcello Mastroianni en la Fontana de Trevi. En la ficción estaban casi a solas, pero hoy les habrían impuesto una multa considerable o, quizás peor, cientos de personas se habrían volcado encima para tomar una foto o un selfie.
Con paciencia me las ingenio para situarme frente a la multitud y con el 12 mm y a mano reúno en los albores del crepúsculo luces que ensalzan otra obra maestra de Bernini. Me viene a la mente Audrey Hepburn y sus Vacaciones en Roma y, como no, le envío una felicitación a Federico Fellini por retratar tan bien esta maravillosa ciudad.Con paciencia me las ingenio para situarme frente a la multitud y con el 12 mm y a mano reúno en los albores del crepúsculo luces que ensalzan otra obra maestra de Bernini. Me viene a la mente Audrey Hepburn y sus Vacaciones en Roma y, como no, le envío una felicitación a Federico Fellini por retratar tan bien esta maravillosa ciudad.
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