El Parco delle Madonie se extiende por debajo de Cefalú y abarca varios pueblos perchados con nombres sugerentes: Petralia Sottana, Petralia Soprana, Gangi, Castelbuono y, el que más me divierte, Polizzi Generosa. Hace años que capté para National Geographic la imagen arracimada de esos enclaves que invaden las cumbres de las colinas como una colonia de insectos, pero con la Mark II me acerco a las gentes sin intimidarles. La ventaja de una cámara discreta y la ausencia de prisas para entregar las fotos me ayudan a captar el ambiente típico siciliano de las terrazas, donde niños y ancianos conviven con naturalidad.
En Sicilia las calles son empinadas y estrechas. Paseando por Castelbuono me cruzo con varios burros y sus correspondientes jinetes que trajinan bolsas de basura.
-“¿No lo sabía? –me comenta una señora que sonríe mientras fotografío un pollino en el Corso Umberto I- en este pueblo es la costumbre”. Demasiados balcones, la luz dura de las tierras elevadas y el color oscuro del borrico no hacen fácil la foto. Tiene que haber otra solución, pero la desconozco.
Prosigo mi camino y entablo conversación con un zapatero. Vignieri Santos emigró a Alemania, como tanta gente de Sicilia, y ameniza su jubilación remendando calzado en un diminuto cubículo. La gente de esta isla enseguida te cuenta su vida cuando entablas conversación. Observo que está rodeado de fotos y preveo que no le importará que le tome un retrato cuando la conversación languidezca. El problema es que la iluminación es demasiado intensa desde la calle. Entonces me acuerdo de mi buen amigo Álvaro Leiva que cuando viajábamos por Myanmar me aconsejaba utilizar más el contraluz. ¿Por qué no? –me digo. Cambio el 17 mm por un 12 mm y sobreexpongo el fondo un punto para que la luz exterior contamine la silueta. El hombre me agradece la foto e intercambiamos direcciones para que se la mande. Seguro que lo haré.
De regreso a mi coche me doy cuenta que en el laberinto de Castelbuono he perdido la orientación. Me enfado conmigo por no haber sido más cuidadoso cuando, de repente, el milagro de todos los días: el pollino de la basura se acerca con paso cansino frente a la casa de paredes anaranjadas que está delante. No hay mal que por bien no venga. Mejores condiciones que una hora antes.
Otros dos pueblos de la isla me seducen. El nombre de Palazzo Adriano quizás no significa mucho; pero “Cinema Paradiso” de Giuseppe Tornatore, ganadora de un Oscar en 1990, se rodó en esta localidad. Busco inútilmente el local que se derrumba pasto de las llamas en la ficción y fotografío la sede de la Policía Municipal.
Se parece, pero un jubilado me alerta que el de la película era un decorado que se destruyó cuando finalizó el rodaje.
-¿Y el interior del cine también era de cartón piedra? –le pregunto.
–No, lo rodaron en el interior de la Iglesia del Carmelo.
Y ahí dirijo mis pasos, fiel a la promesa de fotografiar enclaves religiosos. Dos mujeres que pretenden echar a un palomo que se ha colado y está dejando la nave perdida de excrementos me permiten tomar fotos mientras la adecentan.
El otro pueblo se llama Corleone y en sus inmediaciones detuvieron a Bernardo Provenzano, el capo máximo de la “Cosa Nostra”. Muchos bares están decorados con fotogramas de la también oscarizada “El Padrino” y el culto por la película es patente incluso en los supermercados. Hasta los vinos exhiben la efigie de Marlon Brando. Ha sido sin duda un día de cine.
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