La filosofía del masaje está muy ligada a la cultura tailandesa y, poca broma, encima es un placer muy barato para el bolsillo occidental. Por menos de seis euros, quizás un par más en la capital. En unas instalaciones que a poco que revises antes de tomar una decisión son un modelo de pulcritud (o si lo prefieres en plena calle) es fácil homenajearse con un masaje de pies, de aceite aromático o de hierbas… hay repertorio para elegir.
Estas prácticas habituales en Tailandia relajan las tensiones del cuerpo, disminuyen el estrés, activan los sistemas vitales, reducen la inflamación, mejoran la calidad del sueño, reparan la flexibilidad de los músculos y promueven la elasticidad articular entre otras ventajas. No es un invento para turistas. En este país, miles de establecimientos practican desde tiempos inmemoriales el masaje terapéutico como medicina tradicional. Recibir un masaje es fácil, pero introducir una cámara ya es otra cosa. Me lleno de paciencia y pacto con diferentes centros terapéuticos registrar con discreción una actividad que se desenvuelve en silencio o con música relajante de fondo. Por suerte el obturador electrónico de la E-M1 Mark II es insonoro y eso predispone a los propietarios a confiar en mi discreción.
Lo más fácil son los masajes callejeros. Con una sonrisa y jurando que después de tomar las fotos engrosarás el listado de clientes, no hay problema. Claro que este segundo punto puedes obviarlo si negocias bien. La gente tailandesa es de natural complaciente y en general aceptan cualquier trato con afabilidad. Por mi parte enseguida me apunto gustoso a un rápido masaje en los pies o en la espalda para seguir tomando fotos. Estoy en Tailandia y obtener permiso en las peluquerías, donde suelen dar un masaje en la cabeza a sus clientes, es una labor sencilla. En este país las sonrisas lo resuelven todo cuando eres un turista.
En los balnearios el tema es más complejo, pero me gusta uno que está agregado al hotel The Legend de Chiangrai donde pernocto, y esa circunstancia facilita mi labor. La estrategia consiste en entablar conversación con otros clientes hasta que una muchacha accede a que la fotografíe, siempre que la deje tranquila, disfrutando de su masaje. El problema es la escasa luz de las velas que iluminan la habitación, pero el estabilizador de la cámara y un diminuto trípode de bolsillo apoyado en el plexo lo soluciona rápido.
Ya de noche, paseando por Chiangrai, doy por esos tumbos del azar con una zona repleta de casas de masaje. Con la paciencia de un lama reviso unas cuantas hasta que encuentro la Mongmueng Lanna, decorada con detalles de madera que le proporciona la calidez que necesito. Y además ofertan un masaje con una compresa de hierbas que, poca broma, “activa la circulación de la sangre y equilibra el cuerpo y el alma”. A la vista de estos argumentos me quedo de guardia hasta que una mujer accede a cederme unos minutos de su tiempo para que tome una foto. Le comento que será benéfico para su karma y eso la hace sonreír. Y es que una foto no la tomas, sino que te la dan. Pero hay que ganársela.
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