De viaje, a pesar que me gusta organizar contactos previos cuando deseo profundizar en un tema concreto, a menudo reservo una parcela de tiempo para la improvisación. Me encanta dejarme llevar por las eventualidades que me conducen a situaciones interesantes por inesperadas. Y esto es lo que me sucedió cenando una delicia tailandesa rematada por una inmensa gamba en el restaurante del hotel “The Legend” de Chiangrai. Alguien le comentó al manager que yo era un fotógrafo profesional y le faltó tiempo para sentarse en mi mesa e iniciar una conversación. Llovía a cántaros y no teníamos ninguna prisa.
Como suele pasar en estos casos los derroteros transcurrieron por diferentes tópicos relacionados con la fotografía cuando, al explicarle que estaba dando la Vuelta al Mundo y viendo la E-M1 Mark II a mi lado comentó:
-“Está muy bien este proyecto pero para llevarlo a cabo ¿dónde guardas la cámara de verdad?”.
-“Es esta” –le respondí. Entre otras cualidades puedo tomar fotos con ella a mano y a velocidades de uno o dos segundos sin que salgan movidas”.
Sin darle importancia la tomé entre mis manos y encuadré con el 45 mm una zona oscura de los jardines que daban al río, interrumpida por la presencia de varias linternas. Le enseñé la imagen y no podía creer que “una cámara de juguete” obtuviera esos resultados en una situación tan complicada. Era noche cerrada pero parecía de día. Su asombro no tuvo límites cuando fotografié nuestro entorno aprovechando el resplandor de un relámpago sin necesidad de trípode.
-“La cámara –le comenté –en realidad somos nosotros. Tu experiencia y la forma que ves el mundo influye en los resultados”. Pero como todavía seguía sin dar crédito a lo que había conseguido con “la camarita”. Y entonces me dijo:
-“¿Aceptarías alojarte gratis a cambio de que me cedas dos o tres fotos como ésta?”
El trato me convenía porque el hotel estaba muy bien situado y sus habitaciones eran espaciosas y tremendamente confortables. Nada que ver con la pequeña pensión que tenía apalabrada por Internet.
-“De acuerdo –le respondí- tomaré alguna fotografía y te la dejaré en baja resolución, la suficiente para que las utilices en las redes. Si las quieres a más resolución tendrás que pagar”.
Tan contento quedó con mis imágenes que cuando partía para Chiangmai, me dijo:
-“He hablado con mi colega del hotel Anantara y te invita en las mismas condiciones”
Esto sí que era una oportunidad. Aparte de ser uno de los recintos más lujosos de Tailandia, este hotel está concebido como una obra de arte hasta en el último detalle. Tanto su funcionalidad, como su iluminación, su arquitectura y su ubicación, lo convierten en un caramelo para alguien que, como yo, había disfrutado como un camello tomando fotografías de sujetos arquitectónicos para El Magazine, el suplemento dominical que editaba el periódico “La Vanguardia”.
Y así transcurren las cosas. A veces lo imprevisto irrumpe en nuestras vidas y aporta un giro inesperado a nuestros planes. Es lo que tiene la vida fotográfica.
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