Como ya os he comentado varias veces, no hay nada como tener un tema en mente y dedicarle tiempo, sin entretenerte en otras cosas, lo que a menudo te lleva más allá de tus expectativas. Por casualidad encuentro en un prospecto la existencia de un pueblo ideal, Baan Rai Kong King, una pequeña aldea cercana a Chiangmai, donde la comunidad se organiza buscando la máxima armonía. Y encima mantiene su cultura local con la ayuda de un médico tradicional de los pocos que todavía practica el “Yum-Kang”, un masaje original del norte de Tailandia que alivia el dolor del cuerpo a base de presiones con el pie, tras frotarlo en la hoja de un arado calentada con carbón al rojo.
Sanguang Buagon es afable y me enseña cómo prepara la mezcla con jengibre y aceite de sésamo que protegerá la planta de sus pies de quemaduras, además de su influencia terapéutica como fórmula magistral.
-“Se usan los pies porque las manos no tienen la fuerza suficiente para esta técnica que procede de las tradiciones campesinas. Tras días trabajando en los campos de arroz el “Yum-Kang” les permitía emprender nuevas jornadas con las fuerzas renovadas”
-“¿Y por qué la hoja de un arado?” –le pregunto.
-“Todo lo que tenemos –contesta el hombre sabio- se lo debemos a la tierra, y elevar una simple herramienta a recurso para aliviar el cuerpo y el alma es una manera de agradecer su intervención”.
Estos argumentos como diría el castizo equivalen a nuestro “es de bien nacidos, ser agradecidos”. No me despido de él porque tras acabar con la sesión de masaje sale disparado al campo para otros quehaceres. Yo también parto mañana al amanecer a la capital de Tailandia.
Llegando a Bangkok busco una escuela de masajes menos turística que la que se encuentra junto al templo de Wat Po y finalmente doy con una que imparte clases gratuitas en Chanyawad. Presidida por Shiwaka, el médico de Buda, los estudiantes necesitan 150 horas para aprender las técnicas básicas, 375 si quieren utilizarlas para fines terapéuticos y 800 horas si desean obtener el certificado profesional –me cuenta Khun Supranee, la profesora.
Khun Kiosana, otro de los docentes, observa por mi forma de desenvolverme que ando un poco descompensado y me propone que haga de conejillo de Indias para impartir una práctica magistral de aporreamiento, una técnica que se realiza golpeando con unos bastones la espalda y que solo la puede efectuar un maestro con miles de horas de experiencia… y yo acepto el reto, que no se diga.
Noto un traqueteo sobre mi esqueleto como si alguien golpeara un imaginario y voluminoso clavo, pero me voy de la escuela, no solo con la lección aprendida y con nuevas fotos, sino encima con un masaje gratis. Son estos embolados que tanto me gustan en los que participas gracias a la fotografía.
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