Los establecimientos con gatos y perros me invitan a seguir este hilo y ante mi sorpresa encuentro bares con pingüinos, cabras, iguanas, halcones, lechuzas, búhos o hasta serpientes, a los que solo tienes que presentarte y en algunos casos reservar hora para acceder. El más alejado desde donde me hospedo es el Falconeris Café en el agradable barrio de Kichijouji. Entro y veo una decena de halcones relajados a pesar de la música de los ochenta que suena estridente por los altavoces. Desde un rincón, tímido y retraído, el propietario Kaoru Sasaki mira con los ojos perdidos a uno de sus halcones y a continuación su mujer se dirige al mismo ejemplar y le hace unas muecas extrañas, como si lo riñera.
Me los imagino todas las horas del día de la misma manera. El local es oscuro y a pesar que Ricardo y yo somos los únicos clientes, apenas nos hacen caso. Al final la mujer trae la carta de consumiciones y pedimos la más barata, pero nos unen los gustos musicales.
-“Jean Genie” de David Bowie –digo asintiendo con el pulgar.
Una ligera sonrisa (o quizás me lo parece) se esboza en el inexpresivo rostro del maestro halconero cuando asiente. Luego suena “Come Together” de los Beatles, algo de los Eagles y nos invitan a retratarnos con una de las rapaces que la mujer de Kaoru se apresta a traer.
Entablo conversación con la pareja que, a pesar de que contestan con monosílabos, abren mucho los ojos cuando les cuento lo que cuesta un halcón en Catar.
-“Aquí es diez veces más barato” –replica Kaoru. Le pido permiso para fotografiar a las rapaces. Un águila es especialmente agresiva y se arroja contra el cristal cada vez que Ricardo la encuadra. Entonces el dueño se introduce en el recinto, la recoge suavemente, la tranquiliza y se la lleva al pecho. Le interrogo con los ojos para ver si es posible registrar este momento, asiente y observo como ambos se besan a su manera.
-“Cuando salió del huevo hace diecisiete años lo primero que vio fue mi rostro. Soy para él como una madre” –Kaoru sonríe abiertamente ahora, los viejos rockeros nunca mueren
La historia de Hisamitsu Kanero es parecida. Loco por las serpientes y antiguo vendedor de artesanía apostó por conservarlas en terrarios adecuados al tamaño del animal para que el público pueda tomar un refresco y admirarlas.
-“Es una manera de verlas todos los días y de obtener recursos para mantenerlas sin sacrificarlas”
Los clientes, abonando unos cinco euros extras, están en contacto con ellas. Claro que han de permitir que el ofidio explore a su antojo. El instinto los lleva buscar protección dentro de las mangas o a deslizarse por la espalda para no estar a la vista de los predadores. Las reacciones de los clientes, que como buenos japoneses deberían ser inexpresivos pero una serpiente bajo la camiseta es otro cantar, son el auténtico espectáculo del Tokyo Snake Center.
Cerca de donde vive Ricardo otro bar exhibe treinta búhos y lechuzas con la particularidad que cada uno tiene el nombre de un artista del rock. Hay un búho Mike Jagger y otro apodado Lou. Y también está la lechuza Madonna. Aquí no se cobra entrada y la cerveza cuesta cinco euros.
Pero el establecimiento más popular en Tokio es el Owl Café por su política de admitir pocos clientes –de hecho pido tanda y me la dan para cinco horas más tarde- que acomodan en un par de mesitas y en cuatro banquetas antes de acceder al recinto donde están reunidos diez ejemplares. Se cierran las puertas al público y las camareras inician una charla sobre las rapaces nocturnas, permiten que se les acaricie por el lomo y las han adiestrado a tomar la comida de la mano.
Tanto para seguir el vertiginoso movimiento de las serpientes, como los vuelos de las aves, utilicé el enfoque continuo. Con la E-M1 Mark-II dispongo no solo del motor, sino también del sistema Pro Capture; pero en esta ocasión, al contrario que cuando quise captar las gaviotas con las alas extendidas en Cape Town, prefiero obviar la ráfaga para concentrarme en el momento. Además no solo fotografío a la serpiente. El rostro de Kazuyo perdió su imperturbabilidad cuando el ofidio decidió explorar más allá de sus tatuajes. Por suerte estaba un servidor cerca para inmortalizar ese momento.
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