En España damos por hecho el estereotipo de que los japoneses son aficionados al flamenco y a Gaudí. Cuando fotografié la Sagrada Familia en Barcelona confirmé el segundo tópico, aunque no era nuevo para mí. Hace décadas que este pueblo tan culto demuestra su admiración por el Modernismo. Pero tengo la oportunidad de preguntárselo a Benito García, un cordobés que lleva veinte años afincado en Tokio. Sería estupendo, por otra parte, aprovechar el sistema de estabilización de la E-M1 Mark II y ver qué sucede si utilizo velocidades lentas cuando sus alumnas arranquen por sevillanas y otras lindezas.
-“Ya no es lo mismo –me explica este hombre casado con una japonesa y padre de dos niños. Hubo una época dorada en la década de los ochenta que aquí había entre trescientas y cuatrocientas academias, muchas más que en España; pero ahora está de moda la salsa y el baile de salón y muchas de las personas que quieren aprender flamenco lo hacen por vocación. Por eso el nivel es más alto”.
En la escuela de Benito esta tarde hay ensayo, de manera que vestirán ropa cómoda. La luz proviene de fluorescentes y los espejos en las paredes reflejan mi figura. Lo problemático en este tipo de actividades es que hay que moverse siguiendo el ritmo de las bailarinas. Adelante, hacia atrás, media vuelta y vuelta a empezar, procurando no estorbar ni tropezar con ellas. En pocas palabras, hay que fotografiar y bailar a la vez. Este es el reto de esta tarde.
A punto de acabar la sesión reparo que en techo del estudio hay unos focos. Le pregunto a Benito si los podría utilizar y como es un buenazo me dice que sí, aunque luego supe que tenía prisa. Le insisto que además de los coloreados, que refuerzan la atmósfera, dirija los dos más claros (que con balance de blancos en luz de día proporcionan una dominante cálida) para congelar sin ayuda de un flash las expresiones de las bailarinas. Apuesto por una velocidad de 1/80 de segundo con la esperanza de que el estabilizador de la E-M1 Mark II se encargue de este asunto, pero que el movimiento de la falda aporte un toque de borrosidad a la escena para sugerir la tensión del flamenco.
La siguiente cita es en la Casa de Evita, la escuela de Chizuko Ohtsuka, una japonesa que vivió en Madrid y viajo y bailó mucho por Andalucía. Me recibe con una mascarilla (una gentileza de los japoneses si padecen algún proceso contagioso, para no contaminar con el virus a otras personas) aunque más adelante se la quita. Ensayan un espectáculo con mantón y mucho movimiento que invita a fotografiar en automatismo, con prioridad a las velocidades.
Pruebo 1/20 de segundo y me parecen satisfactorios los resultados; pero a veces los rostros quedan movidos; de manera que hago pruebas a 1/30 y 1/60 de segundo. Como cada pieza tiene giros diferentes, siempre hay alguna que sale bien aunque, no nos engañemos, también muchas fotos están movidas y las acabaré borrando. Decido graduar el balance de blancos en “fluorescente” para conseguir colores más puros en los Jpg.
En la Casa de Evita no hay focos y la luz es plana, perfecta para ensayar pero fatal para las fotos que me interesan. Cuando llega la actuación de Kento Hijikata, sobrino de Chizuko además de un excelente bailaor, no encuentro ningún rincón libre para fotografiarle solo. De repente reparo en el espejo que me molestaba para según qué tomas, pero ahora se trata de un solo protagonista. Bueno, de dos, porque el reflejo devuelve una versión exacta de Kento en cada movimiento.
La tecnología digital te permite arriesgar mientras tomas las fotos y yo suelo revisar lo que estoy haciendo cuando la situación se ha desvanecido y me puedo relajar unos segundos para planear el paso siguiente. Lo afirmaba otro de mis maestros, William Albert Allard:
-“Si tomo mil fotografías y novecientas noventa y nueve no valen, pero hay una que es capaz de impactar en el lector, tiro las que no me sirven. La buena quedará para siempre”. Hagamos caso de los maestros aunque, como alertaba Víctor Hugo, no los imitemos.
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