Nunca había visitado Japón pero mis referencias eran tan buenas que decidí incluirlo en el itinerario de CIRCUM. El embarque en Bangkok es un prodigio de serenidad, todo el mundo aguarda con disciplina su turno. Una vez en tierra como mi asiento está en las últimas filas temo el cada vez más frecuente efecto aduana, colas interminables para que tomen las huellas dactilares, fotografíen, confirmen que el viajero tiene vuelo de salida y encuentren alguna casilla anómala en un impreso. En Tokio, sin embargo, en un tiempo récord todo queda resuelto. La razón es que todos los mostradores están ocupados por el correspondiente policía que en un par de minutos lo resuelve todo con diligencia. Bienvenido al país de la eficacia
Me apeo del bus que me ha llevado hasta la Estación Central y mi temor es el metro, hasta que confirmo que Tokio tiene soluciones para todo. El nombre de las estaciones se anuncia por los altavoces en inglés, están indicadas en el mismo idioma y cada una posee un número y una letra propios, un servicio de información, líneas marcadas en el suelo para facilitar la entrada y la salida de los vagones, bandas rugosas amarillas para los invidentes (que luego comprobaría con asombro que también están en muchas aceras), unos baños públicos impecables y comercios a troche y moche. Más tarde descubriría que cada estación tiene además su propia melodía, relacionada con algún evento popular en el barrio.
Por si las moscas le consulto mi destino a una muchacha. No habla inglés pero entiende el nombre de la estación que le pido y me acompaña hasta el vagón. Luego se despide entre sonriente y agradecida como si hubiera sido yo el que le había hecho un favor. La amabilidad y la timidez nipona se manifiestan desde el primer momento, empezamos con buen pie.
-“No es fácil para un japonés hablar en inglés –me comenta mi amigo Ricardo Garrido cuando nos encontramos en Takadanobaba. La fonética y la estructura de su idioma son muy distintas a las que manejamos en Europa. Es como cuando un extranjero no puede pronunciar la erre doble”. Ricardo habla un japonés perfecto pero a mí, que no entiendo ninguno de los dos idiomas, me suena al euskera. Luego salimos a dar un paseo y me introduce en las peculiaridades de la idiosincrasia nipona.
De entrada veo un local grandioso repleto de máquinas de juego de muchas modalidades repleta de gente. Me imagino que es un casino, pero Ricardo me da la primera explicación sobre cómo funcionan las cosas en Japón.
-“Se llama Pachinko. Como aquí no se pueden apostar con dinero, cuando un jugador consigue un determinado número de bolas recibe un osito de peluche. Entonces se dirige a una oficina llamada C.V.C. que está muy cerca –y me señala unas escaleras que descienden hacia el sótano- y allí le compran el peluche. Eso sí que es legal”. Algo me dice que los peluches tienen un papel muy importante en este país.
Más tópicos se materializan poco a poco. La estética manga por todas partes, un suelo inmaculado a pesar de la ausencia total de papeleras (los japoneses se llevan la basura para reciclarla desde su casa), Mario Bros conduciendo en la calle, robots, videojuegos, tecnología avanzada; sumo (lástima que no es temporada), jardines inmensos con personas que pasean tranquilas o disfrutando de un pequeño picnic, niños jugando con pompas de jabón, ciclistas por todas partes, muchachas que parecen muñecas y que hablan con el tono de una niña de seis años o fiestas donde casi todo está permitido y al único al que le llaman la atención es a mí por tomar una foto sin pedir permiso. Está claro que, en este país, con buenos modales vas a todas partes.
-“Hay miles y miles de bicicletas y la mayoría quedan aparcadas todo el día sin un candado. Aquí no se roba” –concluye Ricardo antes de introducirme en las maravillas de la cocina japonesa. Todo apunta a que Tokio será otra escala interesante. Estoy convencido que me sorprenderá…
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