UN ELEFANTE EN MI BALCÓN
Viaje por el Parque Nacional de Moremi y el delta del Okawango
Era noche cerrada. Salí a contemplar las estrellas y me encontré un elefante salvaje en la balaustrada de mi habitación. Ahora un ligero recuerdo a las seis de la mañana. En París un buen número de pasajeros íbamos a perder nuestra conexión. Procedentes de Sudáfrica, tras la consabida cola del pasaporte, nos esperaba un control de equipajes durísimo habida cuenta que salíamos de un avión para meternos en otro.
El país que inventó la fotografía tiene unas leyes severísimas contra sus practicantes, incluyendo derechos de imagen muy restrictivos de cualquier persona u objeto en la vía pública. En el escáner me obligan a desmantelar el maletín y pasar en una bandeja, pieza a pieza, cámaras, cargadores, objetivos, tarjetas, baterías, ordenador… todo.
-“Soy fotógrafo, no terrorista” – comento, aunque sé que me servirá de bien poco. Y me quejo de que un control tan estricto del equipaje fotográfico no es habitual, sobretodo para un simple cambio de puertas. Entonces te espetan el “désolé” y ya sabes que estás jodido.
La “civilización” me recibe de esa manera y en mi recuerdo permanecen los grandes espacios naturales donde regían las leyes de la selva. Más lógicas y menos hipócritas. El río Khwai, en el parque nacional de Moremi, me sorprendió por sus paisajes. En un mismo safari te desplazas por zonas desoladas, más propias de una película sobre el Apocalipsis, y luego te tomas el té junto a los humedales. Los animales parece que aguardan turno. Una mañana toca jirafas, docenas de jirafas, y luego no vuelves a ver una sola más.
Poco a poco, casi por orden, los grandes animales hacen su aparición: un leopardo, varios búfalos, elefantes, cebras, gacelas, pájaros y, la guinda, un trío de leones. Dos por la mañana y otro por la noche.
La avioneta nos traslada a Mariano López y a mí, comisionados por la revista VIAJAR, a la parte más carismática de Moremi: el delta del Okawango. Con esta tercera etapa culminaremos un reportaje sobre safaris de ensueño en Botswana. Nada más aterrizar en Eagle Island embarcamos en una lancha. El guía que nos acompaña la acelera súbitamente cuando la cabeza amenazadora de un hipopótamo surge entre los nenúfares.
Las águilas pescadoras y múltiples pájaros de bellos colores observan omnipresentes nuestros periplos entre los canales. La organización también propone paseos en piragua para ver detalladamente pequeños anfibios o flores; safaris a pie y, el más apasionante, un vuelo en helicóptero desde donde te haces una idea más vivida de la vistosidad del Okawango.
Finalmente, tras una parada en Johannesburgo, el aterrizaje en París nos retorna a la jungla de asfalto. A pesar de que disponemos de una hora larga para desplazarnos de una puerta a la otra, Mariano y yo tomamos el avión para España en el último segundo.
Ambos sabemos que si hubiéramos perdido el vuelo, por el exagerado celo de los controles de seguridad, el funcionario de turno habría espetado, sin mirarnos apenas a la cara, el consabido “désolé”. Y entonces habríamos estado jodidos. Pero por muy amargada que trabaje la gente en el primer mundo no nos despojarán de la experiencia inolvidable que vivimos en África.
Este reportaje se publicará en VIAJAR el próximo mes de enero.
Juan C. Aguero says
Muy interesante el reportaje.
Juan C. Aguero says
Muy interesante el reportaje.
Juan C. Aguero says
Muy interesante el reportaje.
Juan C. Aguero says
Muy interesante el reportaje.
RAFA PÉREZ says
Precioso viaje, esperaremos a enero para tener la revista en las manos.
Un abrazo.
Onofre Garcia says
Espectaculares fotos las que has publicado en este artículo, luces preciosas.
Espero poder ver el reportaje completo en Viajar.
Cordiales saludos desde Murcia.
Miquel says
Espectacular viaje, espectaculares fotografias i una vuelta a la "civilización(?)" con sabor agrio.. uno piensa dónde está realmente la civilización?
compro oro sevilla says
Es muy interesante tu blog