Declarada Patromonio Cultural de la UNESCO esta localidad envuelta por cuarenta y dos cerros es el escenario ideal para practicar la fotografía. Viviendas de todos los estilos arquitectónicos, murales en los rincones más peregrinos, ascensores centenarios, museos, bares, hoteles y una existencia relajada, quizás por el esfuerzo de subir a pie empinadas cuestas varias veces al día. En Valparaíso se camina tranquilo y solo la parte baja de la ciudad, que desemboca en un puerto ajetreado con plazas y avenidas, donde sus habitantes recobran el sentido de la prisa, remite a los terremotos y a los tsunamis que la azotaron o al terror a las invasiones capitaneadas por piratas como Francis Drake o Richard Hawkins con sus saqueos, muerte y destrucción, en un conglomerado que enamora a los viajeros por su cromatismo.
No es época turística y poca gente pasea por las calles atiborradas de grafitis que ascienden por los vericuetos de las colinas. No dispongo de mucho tiempo puesto que mañana vuelo a Rio de Janeiro desde Santiago y lo primero que hago en estos casos es buscar una visión más panorámica. Cuarenta y dos cerros son demasiados para una pesquisa apresurada, de manera que con el sol todavía alto localizo miradores que me ayuden a diseñar un recorrido resolutivo cuando la luz sea más favorable.
La regla número dos es escoger bien. Tras una conducción por la carretera que serpentea entre las viviendas, en compañía del fotógrafo Rodrigo Vega me decanto por tres de los cerros: el Cerro Alegre, el Cerro Cárcel y el Cerro Bellavista con el Museo Cielo Abierto y sus paredes intervenidas por destacados muralistas como Nemesio Antúnez y Mario Toral. Es un procedimiento práctico si dispones de pocas horas para captar la fisonomía de una ciudad. Desde los accesos más elevados y con un mapa es fácil determinar a qué lugares dirigirse y conseguir vistas generales.
Mi tercera recomendación es que en lugar de coleccionar grafitis como el que recopila cromos, juegues con los diferentes fondos buscando la interacción de los elementos urbanos (farolas, puertas, fachadas, ventanas) y de los transeúntes con las pinturas.
Cuando encuadres valora cuidadosamente qué dejas fuera de la composición. Observa este par de ejemplos: en la toma general se aprecia la muchacha del balcón y la señal de tráfico contrasta con el verde manzana del edificio porque el cerebro tiende a relacionarse con las figuras humanas. En cambio, en la opción siguiente, desaparece la mujer pero la silueta de más abajo le aporta una referencia difusa al edificio, fotografiado desde más cerca. Priman los colores y los diseños geométricos. ¿Cuál te gusta más? ¿Tenía razón Robert Capa cuando afirmaba que si una fotografía no es buena, es porque no estás suficientemente cerca?
La respuesta es que depende de lo que busques. Te muestro otro ejemplo que resalta la importancia de la distancia de trabajo. Ambas fotos las tomé con el 17 mm f/1.8 M Zuiko Digital y la E-M1 Mark II, pero mientras que en la primera hay una aproximación más arquitectónica, encuadrar solamente el grafiti y la ventana da pie a una propuesta más sugerente aunque descontextualizada.
Y por último atento a lo inesperado. ¿Qué tal un grafiti en un emplazamiento que no sea una pared? ¿O por qué no aprovechar un entorno como este para saludaros? Mira las dos opciones. Creo que volveré a Valparaíso, aunque evitando en la medida de lo posible la época alta de turismo.
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